Thursday, October 18, 2007

Fantasmas en VHS


Lo que había en la poceta era una flor parduzca con chispas de rojo intenso que nadaban en el retrete sin forma definida.
Una flor sangrienta que desapareció cuando David bajó la palanca tras permanecer un buen rato de pie viendo aquella cosa desafiante flotar en el excusado.
Salió del baño y con torpeza sorteó la media docena de cadáveres que yacían tendidos con la baba seca escurriéndoles por la comisura de los labios.
A tientas (abrir los ojos era una tarea titánica con los rayos de sol hirviente penetrando aquella sala) encontró el sofá cama donde todavía estaba el hueco tibió en el que había pasado la noche besándose con Andrea y metiéndole mano.
David se acurrucó junto a la chica. Ella ronroneó, le montó una pierna encima y en un dos por tres volvió a quedarse dormido.
Era un lunes a las 3:12 de la tarde y en algún lado habría demasiada gente buscándolos.
Pero podían quedarse tranquilos al menos unos días más
Porque dentro de esas cuatro paredes, matándose, cortándose y amándose hasta reducirse y enflaquecer y palidecer, mientras los demás crecen inevitablemente, ellos (los niños), por fin, podían sentirse seguros.

(Fragmento La casa de los escorpiones por Gabriel Torrelles)

Thursday, October 11, 2007

Pretty (Before Ugly)


Llueve.
Eso es lo único de lo que tengo certeza.

No sé qué estaba esperando. Uno levanta el puño derecho y se jacta de ser ajeno a las expectativas, pero con la mano izquierda escondida, cruza los dedos con la esperanza de que pase algo, cualquier cosa, que te salve del pesado compromiso de levantarse todos los días sin futuro.
Claro que no es la primera vez, le respondo a los que me conocen de verdad. Ya pasé por ese sitio donde pareciera que todas las paredes se hacen curvas para quitarte el aire. Pero eso no quita que volver sea terrible. Es cierto que todo lo que te pasa sirve para aprender algo, cualquier cosa. Sin embargo, yo me pregunto, ¿qué tanto más tengo que aprender de lo mismo? ¿Cuántas veces y en cuántos idiomas van a recordarme que todo lo que tuve no sólo ya no es mío, sino que de paso, y como si no fuera suficiente, nunca lo fue?
Estoy plagado de malos sentimientos. Se esparcen en mi corazón como una superficie negra de brea sobre techos de cemento seco. Soy envidioso, mentiroso, frío, insensible, vacío e inconcluso. Tengo la edad suficiente para considerarme un fracasado y no tanta para mirar hacia atrás y sentirme satisfecho. Estoy condenado a la majestuosidad del technicolor con que se ven mis recuerdos. Estoy hundido, pisado y he sido desechado y olvidado con la misma facilidad con la que se olvida poner a sonar tu disco favorito en cuanto deja de ser el que está de moda.
Todo el trabajo y todo el esfuerzo y todos los insomnios y los libros que he leído y las películas que he visto y los cuentos que he escrito junto ese otro montón de canciones que he cantado solo o acompañado no sirven para nada más que como alimento de un blog que quisiera no sólo que terminara, sino jamás haber iniciado.
De resto mi vida, como la tuya, es una basura, un rompecabezas, un ventarrón olvidable, un placer sustituíble.
No quiero soltarlo todo. Quiero guardármelo y hacerlo madurar hasta que me consuma y se lleve conmigo los rostros que veo en TV, que escucho por radio, que pasean sonrientes por los centros comerciales, sin problemas ni volcanes espirituales a punto de erupción.
Mentira.
En realidad quisiera ser como ellos. Así de falso, así de feliz. Porque ellos no dejan de comer durante días, ni sienten que el estómago les hierve por la frustración. No recorren esta ciudad caníbal deseosos de que les caiga el cielo encima. No. Ellos disfrutan de lo que tienen, como animales, saltando y danzando con las nubes guindadas en la espalda de los que no queremos volver a despertarnos nunca más.
Este es el limbo del que hablan los que saben de lo que hablan. Yo no lo sé y por eso siento el agobio del tiempo exigiéndome paciencia como si eso me sirviera para comer.
Como quisiera poder escribir algo mejor y no llorar en las noches convertido en un cliché ambulante.
Todas las veces que deseé el caos lo hice para ocultar el desorden de mi delirio. Para ver si así, con el fuego en todos lados, la debacle económica, las radios tomadas por militares y las turbas enardecidas, no me siento tan perdido y puedo identificarme con ese desastre de afuera, sólamente para restarle importancia al desastre que llevo dentro.
No estoy solo. A veces estas palabras le llegan a alguien. A veces no.
Pero eso no lo hace menos doloroso ni tampoco me convierte a mí en más que un manipulador confeso.
¿Por qué no me siento aquí a escribir sobre los días bonitos y soleados? ¿Por qué no fantaseo con un trabajo maravilloso y jugosos bistecs bien cocidos? ¿Por qué sabiendo que tu vida debe ser igual de miserable que la mía no te ayudo a escapar en lugar de arrastrar a unos pocos al vacío conmigo?
Supongo que siempre será más fácil inspirar lástima que admiración o respeto. Infiero que tengo demasiadas ganas de poner mi nombre en la mayor cantidad de bocas posibles. Sospecho que soy un facilista, un mediocre y un incapaz.
Pero así somos todos ¿no? Así como también todos, en algún momento de nuestras vidas, creemos que somos intocables y que jamás caeremos, y justo entonces, se caen las bases que mantienen nuestro castillo de naipes inflado y listo, ya está, se acabó.
Este fue mi último grito de ayuda. El grito de ayuda que no quiero que escuche nada aunque igual será escuchado así sea por pocos. A partir de aquí no hay más abajo, no hay inferior ni peor.
La espiral descendente es infinita en teoría, pero yo no quiero creerlo.
Quien sea, por favor, ayúdame a saber que he tocado fondo para al menos ver si intento aprender a resignarme.
Y así perderé al amor de mi vida y el autorespeto y todas esas cosas que nunca han servido de nada pero siempre se atesoran como objetos preciados e inverosímiles.
Añoro ese momento absoluto, ese fundido a negro, incuestionable como un punto final.
Porque tal libertad pondría orden en este desastre que llevo dentro.
Sin nada.
Sin nada.
Sin nada.
Mis lágrimas saldrían volando mientras caigo cinco pisos sin vestigios ni futuro, se confundirían con la lluvia que cae copiosa sobre el cruel asfalto descudo y tú, seas quien seas, sombra decadente y fétida, no me importarías nunca más.

Thursday, October 04, 2007

Crowd Surf Off A Cliff


Era un buen día para quedarse en casa con todas las cortinas echadas viendo todas las cucarachas que siempre ves de noche con las patas arriba moviéndose como versos sin escribir. El sol era lo de menos si mantenías los ojos entrecerrados y el volumen de tu respiración bajo.
Encendiste el ordenador y escribiste un par de saludos sin ganas. Aspiraste los cigarrillos engurruñados que todavía cuidabas con recelo tras tu última resolución de no volver a fumar. Sudaste frío aunque te morías de calor. Te relamiste los labios recordando la última vez que besaste aquellos labios perlados que de vez en cuando se posaban en tu pecho cuando tenías suerte.
Levantaste el teléfono y hablaste con los cinco amigos con los que querías hablar desde hace tiempo y que no llamabas por pereza. Viste algún que otro buen video en MTV, pero no fue la mayoría. No apagaste tu teléfono móvil porque querías ver si se caía de la mesa cada vez que vibraba. Rezaste algunas oraciones que consideraste verdaderas después de mucho tiempo.
Te duchaste y decidiste quedarte desnudo para dejar las huellas un rato de tus pies marcadas en el piso de madera oscura.
Quisiste aprender a bailar pero volviste a convencerte de que tienes dos pies izquierdos.
Esperaste un poco antes de abrir el refrigerador y ver la botella de vino viejo que no pudiste beber cuando quisiste.
Te caíste y no te levantaste.
Apagaste todo menos tu ipod.
Y escuchaste la suave voz de Emily Haines susurrando "If you find me, hide me, I don't know where I've been/ When you phone me tell me everything I did/ If I'm sorry you lost me you'd better make it quick/ Cause this call costs a fortune and it's late where you live/ It's late where you live".
Te pareció una historia vieja. En tal caso, no una historia por la que puedes atiborrarte de pastillas ahora como antes. El dolor es el mismo, eso sí. Así de grave, así de denso. Como el día aquel cuando no te quisiste parar hasta que hiciste tus maletas y volaste durante horas a otro continente sin darle explicaciones a nadie, para sentir que también viajabas en el tiempo a encontrarte con lo que fuera que te estuviera esperando.
Siete años después de la sobredosis que sólo un reducido grupo de personas conoce y el intento de arrojarte a un coche para experimentar el golpe seco que te dejaría temblando en el asfalto, entre la vida y la muerte, vuelves a tener las mismas dudas que te hicieron dejar de usar medios insólitos para quitarle el velo a las mentiras del mundo y la TV.
¿Será que después de todo sigues allí con los ojos entrecerrados, la cara ensangrentada, entre los vivos y los muertos?
¿Será que la transición nunca es tan rápida como se cuenta? ¿Qué siempre quedamos flotando y sin respuestas, ya sea porque no estás haciendo las preguntas correctas o porque la mágica respuesta que esperas en realidad no existe?
Era un buen día para quedarse en casa preguntándote eso, un buen día para no despedirse y ver si el mundo milagrosamente gira hacia otro lado, donde no hace falta dinero, ni un techo donde vivir, ni el amor que te empeñas en conseguir.
Por eso no llamaste a mamá ni a papá ni a tu chica y tampoco dijiste nada a tus amigos, de los que únicamente querías preservar sus voces para reconocerlos cuando todas las luces estén apagadas y tú puedas escucharlos pero ellos no a ti.
Aunque grites, te has quedado mudo.
Era un buen día para quedarse en casa y vestirte de nuevo y pensar hasta que te doliera la cabeza.
Pero llegarías a la misma conclusión de siempre.
Nunca te dirán nada, importa bien poco cuánto preguntes.
Era un buen día para arrojarte por la ventana y viajar a un futuro donde nadie te conocerá pero te sentirás igual que ahora.
Un buen día para sentirte feliz lejos de los vivos viendo el último cuadro que pintaste, con ella en technicolor, diciéndote cuánto te extrañará cuando, por fin, la vuelvas a encontrar.
El día de tu muerte fue un día maravilloso.

Wednesday, October 03, 2007

i hAte them all.


i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all. i hAte them all.

Cada año estoy más cerca de ser libre.

Un día de estos saldrá el sol y yo me quedaré ciego.

Malditos sean todos los que son felices porque ellos nunca sabrán levantarse.

Amén.

Monday, October 01, 2007

Naturaleza (y todo lo demas) muerta


No soy de los que odian.
Cuando niño fueron tantas las veces que me prometieron cosas que no tuve que a estas alturas me es imposible sentir rencor. Estoy acostumbrado a no salirme con la mía desde entonces. No hay mayores caprichos en mi vida ni suficientes promesas sin cumplir. No espero nada del mundo porque sé que si llego a obtenerlo inevitablemente terminarán por quitármelo.
Gran parte del tiempo estoy más triste de lo que aparento, pero no encuentro la manera de decirlo sin involucrarme en una exposición de las cosas que prefiero mantener ocultas para no agitar la marea más de lo que ya está.
Esas son las noches cuando me quedo en silencio o mis huidas repentinas al sol un domingo por la mañana. Escapes desesperados para no dejar aflorar la rabia. Esas son las cosas que he aprendido con el tiempo. Siempre soy yo el que pierde y ese, como todos los hábitos, es uno con el que se aprende a vivir con la esperanza de que suceda algo más trágico que me ayude a guardar lo que de verdad me importa en el mismo cajón donde tengo años acumulando desilusiones.
Ni siquiera tengo el valor de hablarlo. No quiero erosionar la frágil línea que separa lo privado de lo público. Pero siempre encuentro eufemismos dispersos, pistas para que las lea la persona interesada y haga lo que siempre hace con ellas: borrarlas con intentos poco sutiles de disculparse sin dejar ver su debilidad ni hacer mella en su orgullo.
Tengo años difuso entre las cosas que estoy dispuesto a hacer y las que se consideran incorrectas. Tengo años dibujando manos cogidas bajo la lluvia y besos húmedos al caer la tarde. A veces los logro y sonrío y me olvido. A veces, simplemente, no es eso lo que pasa.
¿Cómo digo lo que quiero decir sin herir a nadie?
¿Es acaso posible?
Lo que más duele de estar decepcionado es que hay sentimientos más fuertes que es preferible mantener resguardados ante la mínima posibilidad de perderlos del todo. Toda mi vida consiste en eso. En pedir más tiempo, en cuidar que no se viole ninguna clausula del contrato, en hacerme la vista gorda ante las heridas a las que no siempre se les da importancia y esperar tener la suerte de obtener otra prórroga.
No es quedarme solo lo que me asusta.

Es perder lo único que me importa perder entre demasiadas cosas que pierdo constantemente.
Por ese camino estrecho desfilaron mi dignidad, mis amigos, un buen trabajo, los aplausos, el dinero, la capacidad de hilvanar ideas con palabras, la vergüenza, el frío, el título que colgaría en la sala, el talento, el sueño de comenzar de cero en otro país, los ojos vendados, las esposas de felpa, las habitaciones de hotel, el respeto, la comida caliente, mis discos compactos, mi ropa de invierno y la muerte.
Por eso quiero conservar lo único que me queda.
Aunque tenga que tragarme la indignación y manejar mi decepción con lo mismo que se traga lo que nunca se ha tenido sin molestar a nadie más.
Gracias a Dios y a quien sea por el silencio.
Ese generador de tiempo extra que mantiene en su sitio el contenido de la botella que tarde o temprano, como la vida y tu primer beso, terminará por escaparse de tus manos.
Prefiero que sea de esta manera.
Ya se verá.