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Palabras de Edmundo Bracho, leídas como presentación de la novela “Peor que tú”, de Gabriel Torrelles



Muy pocas veces este desastroso mundo confabula a tu favor. Afortunadamente, en esta oportunidad sí ocurrió. El día del bautizo de Peor que tú tuve el mejor padrino con el que un escritor necio e inexperto podía contar. No fue sólo el respaldo de su nombre y prestigio. Fue que Edmundo Bracho se leyó mi novela, la sintió, la entendió y además escribió esto que estás a punto de leer.
Muy pocas veces este desastroso mundo confabula a tu favor.
Pero tuve demasiada suerte de que, al menos por esta vez, lo hizo conmigo.
Gracias Edmundo. Por esto. Por todo.

G.



Leyendo la novela “Peor que tú” de Gabriel Torrelles se hace muy tonificante tener la posibilidad de medirnos frente a un texto que se distancia de las nuevas normas de la narrativa venezolana, me refiero incluso a aquella que hoy llaman joven narrativa o urbano-contemporánea o de nueva generación o pare usted de contar. Al fin y al cabo, son propuestas que parecieran casi siempre modeladas desde una misma intención de tono, con su algo telúrico, con su algo de sitio común, con su algo de nombrar las cosas y el mundo un tanto estadarizadamente. Propuestas, digo yo, que parecieran extender en complicidad esa terrible tradición tan latinoamericanista que nos viene a ser una suerte de tara a la hora de enunciar lo que tenemos al frente sin remilgos moralistoides o ideológicos. Sin tener que encaramarnos sobre algún teorema sociológico o sociologista. Trataré de explicarme mejor: nos tienen acostumbrados a una tradición donde para, por ejemplo, describir una mesa de cuatro patas, y un frasco de sal y otro de pimiento sobre ella, hay que rocear la fulana mesa, y el fulano frasco, y el fulano universo entero de una pátina de lo sistémico y sus jadeos, totalizadores.
Nos hablan de las razones morales por la cual la mesa ahí está, de su dónde ideológico, de su relación con el individuo histórico, de la hiperconsciente lucha de clases, una explicación totalizante que termina casi en un culto que termina por aturdir. Un despotismo ilustrado es eso; y está vivo y coleando. Incapaces del sano y esencial objetualismo. Incapaces de escribir “una mesa de cuatro patas, y un salero, y un pimentero… y una chica sentada aquí y un chico sentado allá… y un par de cojones sobre la mesa”.
Era la pendenciera autora Albertine Sarrazine quien redactó desde la cárcel que “un escritor de verdad es aquel capaz de poner los cojones sobre la mesa, donde sea y frente a quien sea”.
Una frase soez, convulsiva quizá, pero que nos remite al escritor que actúa bajo el impulso de purgarse sobre la página. Quiero decir: exorcizarse.
Eso ciertamente tiene nuestro autor, Gabriel Torrelles. Porque su novela “Peor que tú” es un ejercicio que, en su intención esencial, se encuentra en las antípodas de aquellas novelas que buscan fulgurar desde el equilibrio, lanzando un guiño tras otro a un virtuosismo naftalínico, hediondo a lo ya visto desde lo correcto. En “Peor que tú”, Torrelles usurpa las formas del exceso directo así cono el asomo de cierta herejía, extrayendo casi las últimas consecuencias de la rabia. No en balde, la palabra “odio” sea quizá la que más aparece en todo lo extenso del texto. Una rabia que muchas veces aparece con el rigor de la aberración, y más, de la provocación. Y como sabemos, la provocación desconoce el matiz, la mesura. La rabia se purga, se exorciza, o de otro modose vuelve explosión mortífera.
Así, la protagonista, Barbie de nombre, mujer naciente en el dolor, una anti-Lolita hastiada por los espejos y por ese ensordecedor coro que significan los demás, garabatea en su cuaderno una bitácora de rabiosísima intensidad. Escribe en azul porque ese es el color de su ira. Yo diría que sí: azul es el trazo que mejor prefigura y figura la cólera. No en balde, mi arquetipo de la arrechera, el mismísimo Hulk, fue en un principio de pigmentación azul grisácea, hasta que la envidia de algún cretino decidió dibujarlo verde.
Crecer es justamente aceptar del dictamen del espejo, de las complacidas voces de la apariencia, y ante el creciente hastío y el terrible inconveniente que eso significa, el personaje de Barbie convulsiona de manera sostenida al tiempo que fragmentaria, y emprende pues un viaje de lo corriente a lo radical, al filo de un vértigo muy conciente, y también muy nocivo. “Aprender –dice uno de los recurrentes aforismos del narrador– del dolor de los otros”. La andanza arrebatadísima de Barbie, esa que determina apenas un demiurgo narrador –un apenas demiurgo narrador– se va confesando abierta, crudamente, en sus pálpitos por adelantarse como la peor, la peor de todo: las más indolente, la más molesta, la más extraviada, la más aberrada, la más puta de su santidad. Y lo inevitable sucede: Barbie está a punto de convertirse en un caso, mucho más que un personaje. Un caso de perdición errante.
Parodias de ménage-a-quatre hollywoodense, juegos masturbatorios entre freaks limítrofes, estallidos piromaniacos del más resuelto capricho adolescente, sueños de eterno retorno al nunca jamás entre explosiones de alto calibre. Como en la fantasía de toda experiencia-límite, el personaje/los personajes de Torrelles, nos invitan a ser parte, al menos desde las gradas, del epiléptico tejido de una suerte de ethos del me-cago-en-todo, del absoluto impurísimo. Nada, nada, nada, nada mil veces, escribe Barbie en su cuaderno, y con su tinta azul. Realmente la nada son sus ráfagas interiores, su voluntad algo temblorosa de acometer lo indecible, lo bajísimo, lo peor. Pero, a decir verdad, los personajes de Torrelles no son nihilistas puros o nihilistas en la acepción clásica del término. Diría que, mucho más que nihilistas, más que tratarse de un grupete de cruzados sistémicos de la nada, son de esos negacionistas que se crispan frente a la evidencia de su propia rabia incesante. Se presentan al mundo, y el mundo a ellos, en estado de agonía, no a partir de una visión totalizadora de la nada suprema. No poseen una visión suficientemente organizada para refutar lo existente como algún místico engañado. Son incapaces de imponer un orden a partir de la nada. Más bien, van negando todo lo que les espera, ese futuro que prefieren se vaya en fuga de azul rabioso en lugar de tornarse en color homogéneo, y peor que eso: terriblemente homogeneizante.
Además, Gabriel Torrelles tiene el mérito de imprimirle un lirismo casi romántico a sus personajes, y un tanto también al tenor de sus lacónicos símiles, de sus metáforas sucias y romas. Ya lo decía el arrogante de Hemingway: las personas más crueles son siempre las sentimentales. Y de ellos estamos rodeados en los párrafos de “Peor que tú”.
Nadie procura “portarse bien” sino es para asir el afecto del otro, así sea de la manera más trastocada e hiriente. Y avanzan así los personajes en procura de lo peor, de decir, en busca de su “peoridad”, esmerándose sobre lo peor, haciéndolo estallar. Ir más allá sin detenerse nunca, sin jamás recular ante la mueca del coro o el peligro descifrado en la convención. Pero no les visita ni la suerte ni la desgracia de poder anclarse en un absoluto que los salve o redime; se van creando sus propias abismos –ayudados por el capricho trastocado del narrador–, y sabemos bien que todo abismo abre otro abismo, un abismo nuevo para hundirse nuevamente, sea con la canción de Lou Reed o de Depeche Mode de fondo. Sin matices, sin advertencia. A los coñazos.
Esos abismos, se dirá, son en esencia “estados del ser”. Los estados que mejor ha sabido explorar Gabriel Torrelles en su novela. Una novela-cuchillo. Punzante navaja sobre aquellos estados turbados, y siempre abismales, del ser. Una navaja que esperamos pueda desde ahí, desde los párrafos que la dibujan en páginas, atravesar al menos un corazón. Y eso es lo que importa realmente, como lo dijo Jean Cocteau. Escribir para atravesar sólo un corazón. Así, en el furor pleno de la rabia.


Edmundo Bracho
Caracas, 6 abril de 2008.

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El mundo NECESITA confabular a tu favor, y viceversa.

Feliz por ti...

Marico, qué arrecho. Es probable que quede como algo menos que un pseudo-intelectual, pero no sé quién es Edmundo Bracho. Ahora, estoy interesado.

La metáfora que liga a Barbie con el infame personaje de Nabokov no tiene precio. A pesar de similitudes tan en-tu-cara, a mí nunca se me hubiese ocurrido (y vaya que quisera!). Aún así, creo que tiene más valor como prueba de que él también entendió.

On the downside, for you that is, it only makes this awesome story the more interesting for my unstoppable pursuit of Kubrick-like perfection ;).

"Me he reído mucho con tu libro en las manos. Un día de estos tendré que leérmelo."

Groucho Marx

(...me pasa igual)

la novela es como el cuento que leiste en la semana de la narrativa urbana?

Saludos, Gabriel…

Paso por acá desde hace más de un año, en un principio lo hacía con alguien que fue quien me recomendó su página y me habló de usted, hay que reconocer que tiene muchos seguidores… En un principio digamos que no era fiel lectora de sus escritos, de hecho creo que llegué a comentar alguna vez que no era “mi estilo” lo que usted escribía, seguí, más sin embargo visitando su página de vez en vez, y sí, poco a poco “empatía”… Quizá, el hecho de hacer mías tantas de sus letras por momentos, que se hacían tan parecidos a lo que estaba viviendo en esos instantes, me alejo un poco de ello porque duele recordar los ratos tristes, pero al leerlo a usted es como una forma extraña de “drenar” aunque no sea con mis propias cartas y buscar forma de comenzar de nuevo… Lo respeto. Ya pedí su novela, la leeré y le comentaré lo que me inspire, aprovecho para felicitarlo… Siga adelante. Por ahora quiero hacerlo merecedor de un premio que ha recibido también mi blog… Espero sea bien recibido. Sin más me despido.

Fiorella B.
Desde el alma.


Pd: Disculpe si le envío varias veces el mismo comentario, resulta que al publicarlo me dice “error en la página” y por la moderación que usted tiene activa no es posible ver si ya se guardó o no.

Leí.
Ese tipo sabe de lo que habla.
Felicidades por esto.
También escuché el cuento "Todas las mentiras que recuerdo".
Está bastante interesante.

Saludos.

Definitivamente Groucho Marx se pica con Oscar Wilde en eso de las frases célebres.
Ahora, en cuanto al post... De quien habrá sido el honor?
Felicidades.

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epale gabriel mira pana llevo tiempo tratando de comprar tu libro pero brother no lo consigo en ningun lado lo busco en los kiosko,librerias,panaderias,farmacias,comisarias,hasta debajo de las piedras y nada dime si en maracay los estan vendiendo y en dnd porque me urge comprar tu libro peor que tu gracias brother

pana llevo mas de un mes buscando el libro desde q te vi en el programa de ivan matta y nada que lo consigo e ido a un poco de kioscos y paradas inteligentes si puedes informar porfa se te agradeceria saludos..

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